El pecado es como una neblina que cae sobre nosotros. No podemos ver a través de ella, ni tampoco nos damos cuenta de que no podemos ver.
Se necesita la gracia para desvanecer la neblina, pero se requiere que nuestra voluntad nos lleve al confesionario.
Lo más que nos arrepentimos, lo más claro que veremos. Nuestra vida color gris se convierte en una vida plena y vibrante cuando la verdad se nos revela. En la misericordia de Dios, la neblina del pecado va abriendo camino a la luz de la gracia de Dios.